Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas, también conocidos como los ODS, son unas metas pactadas por esta organización global con el propósito de direccionar la agenda del desarrollo sostenible, hasta 2030. Gracias al carácter mundial de sus impulsores, estos objetivos se han convertido en la guía con la que países, grupos e individuos orientan sus acciones.
Abarcando una gran variedad de ámbitos — existen hasta 17 ODS — estos objetivos impactan y rigen, también, el mundo energético y su impacto. Así pues, ¿cómo afectan a la energía?
La Agenda del 2030 y la política
La condición sostenible de los ODS y su fecha de acciones a cumplir con el 2030 como año límite han llevado a estos objetivos a ser llamados por su idea general: la Agenda Medioambiental 2030, o Agenda 2030. Esta Agenda, con los tópicos de interés, ha sido desarrollada por políticos, como hemos comentado previamente, y encabezada por la Organización de las Naciones Unidas.
Aun así, debemos ser críticos y entender los intereses que se encuentran detrás de estas políticas. De este modo, el compromiso con el medio ambiente, ¿es realmente un objetivo mundial? ¿Están comprometidos todos los países desarrollados?
La respuesta es negativa: aunque haya cierto compromiso entre los países de la Unión Europea, intentando el mismo órgano de la UE promover políticas medioambientales — y sociales —, otras superpotencias no están del todo involucradas. De hecho, y como explica el informe “Sustainable Development Report 2019” de Bertelsmann, no hay un acuerdo unificado.
¿Un futuro con sólo energías renovables?
Debemos ser claros, si el objetivo es una energía que provenga solo de fuentes renovables, la estabilidad de las fuentes de producción peligra. ¿Qué sucederá cuando no llueva durante días, pero esté nublado y por lo tanto no haya viento y tengamos los pantanos vacíos? Claro está que no viviremos de encender velas.
Esta reflexión es aún más importante imaginando un entorno en el que todo vehículo sea eléctrico. En este caso, subirá incluso más la demanda, ejerciendo incluso más presión a unas fuentes de energía que ya serán inestables.
Además, es cierto que el coche eléctrico contamina menos en cuanto a emisiones, pero termina contaminando, de todos modos, en otros factores.
La conclusión de todo ello reside en una agenda política que está fuera de la realidad. Un futuro verde al completo no se puede implementar de un día para otro, necesita un sistema que lo soporte y esté estudiado. Sin él, pasará lo inevitable: moratorias y países que no aceptarán dichas políticas.
Cómo afecta al consumidor final
La subida de la demanda implicaría una subida de precios paralela y que, además de ser un coste aún más grande, dificultará las gestiones de los consumidores finales con sus comercializadoras. De este modo, fomentar la mejora del clima conlleva un mayor coste energético directo, hecho que se debe tener en cuenta por igual.
Asimismo, existe otra chocante realidad: las redes físicas que transportan la energía — que te explicamos qué papel juegan en este artículo — no están preparadas para afrontar las futuras necesidades eléctricas. Añadiendo gravedad al asunto, tampoco se dispone de los fondos económicos necesarios para adaptarlas a un sistema que reclama solamente energía verde.
¿Y ahora qué?
La Agenda 2030, o los Objetivos para el Desarrollo Sostenible, son guías que, aunque importantes, necesitan de un compromiso colaborativo y una estructura estudiada que los soporte sin causar daños irreversibles.
Por ello, te animamos a que te informes más sobre el tema y a que elijas una energía limpia con impactos positivos reales, cuidados y estudiados.